martes, 23 de febrero de 2010

Ley del Día y la Noche


Ambos estaban sentados en esas sillas de patas largas, similares a las que encuentras en las barras de los restaurants. Pequeñas, ideales para una postura muy incomoda, la que luego de unas copas ni siquiera se sentía. Uno perdía la mirada hacia la televisión sin disipar la conciencia de su entorno, siempre alerta frente a algún cliente que entrase a preguntar. El otro, sentado tras el mostrador, estaba con los brazos cruzados sobre el mueble que los separaba, de reojo observaba a su compañero y en un pestañear cambiaba la dirección de sus pupilas hacia una pared. No le parecía en absoluto atractiva la tv a esas horas.
Apareció su hermano menor, gruñendo por que no había que comer en la casa y se dirigió a buscar algo de pan en los estantes de aquella tiendita, para abastecer la precaria condición alimenticia en la que se encontraba. Le ponía de pésimo humor el tener hambre y más cuando no encontraba siquiera un pedazo de miga. Ellos sólo lo miraron y continuaron en sus mundos pendientes de la tv y de alguna mosca en la pared que de vez en cuando cambiaba de dirección. No decían nada, en especial el padre. Así era el desde que tomó conciencia de aquella persona como compañero de vida. Sus manos demostraban un dolor que nadie, excepto el, podía entender y el que nunca a nadie exteriorizó. A veces había que ser adivino, o al menos tener un poco de intuición para notar que sufría, que estaba cansado. El optaba por lo que mejor sabía hacer, callar y marcharse al trabajo.
El venía una vez al año y pasaba dos largos meses de “vacaciones”, ya que no eran vacaciones, era trabajo según el, y gratis, recorriendo nuevamente rutinas que creía ya perdidas o por lo menos en mas baja proporción; pero todo seguía igual, excepto su padre, cada ves más extraño, frio, indiferente y con una arruga más en la cara. No solía platicar con él, solo intercambiaban cosas concretas, triviales, nada profundo. A veces lo oía explicando sobre política, sobre sus creencias religiosas. Siempre tenia una opinión central a los temas, no profesaba religiones, mucho menos partido político, pero explicaba de maravilla como era la relación entre cada una de ellas, sus pro y contras y de cómo debiese ser una correcta discusión de ideologías sin llegar a los insultos ni sobreponer creencias por sobre las otras, ya que de algún modo todas tenían su grado de verdad. Era impresionante la cantidad de temas de conversación que poseía, era sencillo, dar un tema y era capaz de explicarlo en un solo almuerzo, teniendo de ejemplo unos saleros o simplemente restos de migas de pan sobre el mantel los que hacía representar de manera muy clara y concisa. Pero se perdía muchas de esas enriquecedoras conversaciones por el simple hecho de no saber que decir, o como comenzar. Ambos se mantenían orgullosos incapaces de espirar aunque fuese una vocal, eran muy parecidos.
Fueron muy pocas veces las que pudo sacarle algo de sentimientos o las que pudo corroborar que las cosas le afectaban, como esa vez que leyó el discurso que mil veces le hizo escuchar para comprobar que le convencían las líneas o había que corregir algo, a sus abuelos, quienes cumplían bodas de oro. No pudo con aquellas líneas tan fuertes y se quebró en mitad de la ceremonia en la iglesia, pero sin derramar lágrima alguna. Solo su voz fue expresión de que el alma le estaba llorando a mares. Su padre si sentía, aunque fuese a escondidas
Esta vez fue diferente, el padre criticó el mal comportamiento del hijo y el hijo rebatió aquella injusta crítica con sus puntos de vista. El se hacia presente como padre, y el, solo como hijo, y ahí eran las únicas veces en que su conversación tomaba trascendencia.
Tomaban posiciones muy opuestas y visiones muy diferentes. Sin llegar a gritos o malos tratos, solo hacían ver sus puntos y los aclaraban conforme seguía la conversación, el era muy maduro y siempre terminaba reconociendo que tenía un gran porcentaje de la culpa y el padre solo le explicaba como debió manejar la situación para que las cosas sean más amenas y tener aunque fuese cinco minutos de aquella tan apreciada y codiciada tranquilidad mental, que hoy en día es tan escaza.
Nunca pensó terminar tocando aquel tema, y oír semejantes respuestas de que aquel hombre, más aun cuando consideró que no era más que un insípido cubo de hielo; frio, rígido, sin sentir alguno.
- A veces me cansa toda esta situación-
- ¿Tú crees que a mi no?
- No lo se
- Si, pero no hay de otra
- Es lo mejor que sabes decir…- se mordió los labios y sintió en su lengua un poco de sangre, estaban partidos y le picaban
- No esperes una respuesta coherente a tus intereses
- No es sobre mi interés, es sobre el tuyo…
Miró hacia el piso y movió la cabeza negativamente con desgano. No quería sentirse débil
- Es tu madre y hasta hoy le creo, un noventa y nueve porciento
- ¿Y el otro uno porciento?
- Es el porcentaje de mi duda
- ¿A pesar de todos los comentarios? ¿de estar en boca de todo el mundo?
- No vivo de la opinión del resto, me tiene sin cuidado; no podría vivir si pensara en todo lo que dicen de mi los demás
- Pero te están poniendo los cuernos…
- ¿Te consta? ¿tú viste algo?- tragó un poco de saliva que se le fue acumulando a medida avanzaba la conversación
Se quedaron callados por largo tiempo, el ya había perdido la noción de lo que se mostraba en la tv teniendo toda su atención en aquel joven que se hacía llamar “Su hijo”
- No, no vi nada pero no soy ajeno a lo que puede estar pasando
- Bueno es algo que no tienes por que solucionar tu, es un problema entre tu madre y yo
- Pero soy parte de la familia- el padre se levantó acomodándose nuevamente en la silla y puso su mano sobre la cabeza del hijo, este hizo un gesto de desgano y quitó la mano del padre, no le gustaban ese tipo de demostraciones
- Si tu madre tiene a otro quizás era mucho mejor que yo- suspiró- lo único que me mantiene atado a ella son ustedes, y el cariño que quizás siempre le he tenido a ella; nada más- miró hacia la ventana que estaba tras el hijo- no soy un hombre normal y ustedes no son hijos normales, no voy a ensuciar mis manos por una mujer, tu tampoco lo hagas- sonrió con incredulidad y pasó una de sus enormes manos, gruesas, firmes, solidas; manos que construyen casas y armaron muebles – cada ser humano paga su culpa con los años- puso sus ojos directamente en los del él - como dijo mi madre, una sabia mujer, el mundo gira los trescientos sesenta y cinco días al año; las veinticuatro horas al día, en un momento estamos a la luz del sol, resplandecientes brillantes, iluminados por el, pero en otra ocasión estamos bajo la oscuridad, deprimidos, apagados, indemnes ante cualquier cosa que no veamos en esa oscuridad, y es ahí cuando debemos aprender-
- No entiendo…
- Es muy fácil, no siempre tenemos buenas experiencias, ni tampoco nos pasamos la vida sufriendo, tampoco todo lo que hacemos es bueno, cometemos errores, pero todo lo malo que hacemos se paga, no siempre se está bajo la luz del sol sin que la noche haga de lo suyo, eso se llama “ley del día y la noche” y es aplicable en todo…
- ¿En todo?
- En todo- sonrió y miró hacia el frente, había un cuadro color violeta que le hizo fruncir el seño - quizás no es mucho lo que te pueda enseñar y tampoco es mucho lo que querrás oír; no voy a hacer nada, si tu madre tiene culpa, ella lo va a pagar, bajo sus propias consecuencias…ah y ten aquella ley presente, algún día te puede servir- se levantó de la silla y sacudió sus piernas, la posición mantenida le había fatigado los músculos - y ahora ve a bajar las cortinas, que es hora de cerrar la tienda –