lunes, 30 de mayo de 2011

Despedida


Morir de noche, bajo el manto oscuro de una sombra. Vivir tras la penumbra de la señora muerte. La que siguió, hasta que lo consiguió
Vivir en el día, soñar que un poco de sol golpeaba mi cara, en el amanecer de un nuevo momento junto ti.
Vivir el segundo, el minuto, la hora, el día completo. Pues eso era lo único que nos quedaba. Después de todo mujer, ya estamos viejos, nuestros hijos con sus familias, solo estamos tu y yo.
¡¡Vivamos cada día que nos quede!! ¡¡Que importan las cuentas!! ¡¡Que importa la hipoteca!! disfrutemos de lo que nos queda, ya que mal que mal, no nos queda mucho aquí.
Paseemos como cuando éramos jóvenes, por la placita que hay a dos cuadras de aquí, besémonos en el mismo lugar en donde fue nuestro primer beso. Cenemos en el café de la esquina ¡ese! El que tanto te gustaba.
Pide tu capuchino, yo pido mi café corriente. ¡Ves que aun no olvido lo que te gusta! Ni tampoco olvido, que cada vez que lo pedías, te robaba un poquito y terminabas limpiándome el bigote, que quedaba lleno de espuma.
Yo iba por el diario a completar esos puzzles, los que luego de un rato me agobiaban y provocaban jaqueca. Pero tú siempre tenías el remedio, aquellas manos tibias sobre mis sienes, y un masajito, tu secreto, el que me volvía a la vida.
Eras la única que sabía mi secreto con las pantuflas, ni los hijos supieron el porqué tenia dos pantuflas izquierdas. Mañas de viejo, decías cuando te preguntaban.
Eres una mujer fenomenal, completa, plena, maravillosa. Eras mi esposa y amante a la vez, una amante perfecta, contigo no tuve necesidad de buscar otros brazos para consolar alguna pena. Me conocías como la palma de tus manos, como los lunares de tu cara. Mujer, que ni un detalle se te escapaba.
Me diste la dicha de aceptarme en tu vida, de dejarme acompañarte en absolutamente en todo, pero es hora de despedirnos ¿verdad?
No quería dejarte, pero mezquino era de mi parte dejarte sufrir por mi causa. Estamos viejos mi vida, si, pero tu sabes que nos vamos a volver a ver. Como me gusta verte dormir, tan plácida, cándida, serena y ese rostro pálido, te hace ver maravillosa.
Mi amor, nos veremos luego, es hora de irme, tú sigue dormida. No llores más. Vela por tus hijos, vive los años que te queden. Pero no apagues esa chispa de vida que aun posees.
Esta, es la última vez que besaré tu frente y rezaré para que tus sueños sean apacibles, pero bellos. Es mi despedida.
Te esperaré, descuida, que tengo para ti todo el tiempo del mundo.
Te Amo.

viernes, 6 de mayo de 2011

Somos: Velocidad y tiempo

Me muevo sobre escuetas maquinas metálicas,
Mientras veo cuan lento puede avanzar una gaviota a ras de las olas,
Bordea con las alas el agua y avanza en picada hacia la profundidad.
No apura, no presiona;
Vuelve a salir con su necesario, se va.
 Se pierde en las montañas de azul,
La que a veces se tiñe de gris, de blancos.

El mundo se toma su tiempo, tiene para todo su momento.
Se ríe de mí, una perenne humana,
Jocoso está, de verme mirar el tiempo
Avanzando, según, a mi total desventaja.

Velocidad,  son ochenta kilómetros los que dirigen mi vida.
Una magnitud, un inherente número que saca cuentas de mis minutos, de mi lapso.
De mi escaza oportunidad para poder observar.
No tiene dirección y está a un paso del sin sentido.

Tan rápido nos movemos entre la multitud que osa pasar,
Atacando nuestros pasos, chocando entre nosotros.
Obstruyéndonos, quitándonos vivacidad,
Ya que estamos contra el tiempo.
No nos dejamos avanzar.

Somos en esencia, celeridad,
Engranes falsos de torpes armazones, cables, fierros;
Y un par de pies que cargan con nuestra desesperación por querer volar sin detenernos,
Solo queremos imitar a la constante universal;
La que jamás llegaremos a alcanzar.

 No hay tiempo, no podemos perder el tiempo
Las horas del día no nos alcanzan;
Los minutos se cuentan segundo a segundo
El reloj  hace un recuento de nuestros destinos,
Y los árboles, armoniosos
Mueven sus hojas al son de las brisas,
Reverenciando a los digitales,
Inclinándose ante las varillas de segunderos y minuteros,
Gira su mirada hacia los celajes
Y les pierde el respeto,
No le importa lo que estén marcando.

Torpemente somos lánguidos;
Parsimoniosos, brutos a cabalidad,
Idiotas marcando caminos o armando puentes,
Construyendo líneas, para no perder el tiempo.
Volteamos como rezo sagrado los relojes de arena,
Que tontos, que bobos.
No necesitamos alcanzar al tiempo,
De qué sirve la velocidad
Todo lo tenemos adelantado, hace años,
A perpetuidad.