viernes, 29 de octubre de 2010

Exposición

Es un poco burdo lo que les voy a contar hoy, pero hace unos días me tocó ir a ver una exposición. Llegué tarde, a pesar de ello aún no habían comenzado. Es raro estar del lado expectante, notar el tono de nerviosismo, las muletillas, las frases repetidas o los vacios mentales que se evitaban con la hojita de apuntes sobre el estrado de los pobres exponentes quienes tensos, esperaban el momento de comenzar.
Mirar algunos rostros aburridos, de quienes serían el público espectador, cuando la información no es del todo importante para aquellos oídos, hasta algunos con audífonos; como el muchacho que se sentó en el asiento contiguo al mío.
El disfraz de bata blanca que le da cierta formalidad y solemnidad a los expositores y a la situación en general, a muchos parecía incomodarles; abrochando y desabrochado los botones blanquecinos de sus tenidas. Unos mordían sus dedos, nerviosos de ser a quien le tocara luego de aquel expositor tenso que estaba hablando en ese minuto. Hasta que el expositor decía las palabras mágicas “ahora los dejo con…”  para legar la responsabilidad al siguiente compañero con quien había realizado el trabajo.
Las imágenes de a poco hacían acto de presencia por el proyector, los distintos temas explicados y a veces la mala modulación verbal de algunos, hacia perder la concentración y el hilo de la información. Pero, todos sabíamos muy bien que el estar ahí de pié era una experiencia bastante incómoda, por no decir escalofriante.  Todos  los que estábamos ahí sentados, relajados en nuestros cómodos asientos, criticábamos pero a la vez comprendíamos que no era sencillo el estar de pié frente a una masa de ojos que parecían estar penetrando hasta lo más recóndito de nuestro ser, que sabían de nuestro terror, de nuestra inseguridad y errores, que sabían de nuestro temblor involuntario.
Volvía a cambiar el expositor, legando a un quinto o sexto compañero la responsabilidad de impartir información.
Un sudor frio recorre la frente de cada uno de los que se han parado hasta ahora por aquel estrado, el color rojizo de las mejillas suele ser incómodo para la concentración de muchos de ellos, el ardor de la piel que no se aplacaba con la baja temperatura que generaban los equipos de aire acondicionado y el temblor de las manos, no hacia más fácil la situación.
Sin embargo, siempre hay un expositor que tiene la facilidad para pararse frente al público, frente a la considerable masa de espectadores (incluyéndome), y como si fuese una conversación matutina, se explayan con frases concretas y precisas, deteniéndose un par de segundos para corroborar pequeños detalles de información y continuar  sin mayores conflictos su explicación. Ellos sin duda intimidan a aquellos a quienes les complica el enfrentarse a un público que, aparentemente, parece estar atento.
Solo queda un expositor, el que a lo lejos parecía estar indiferente a su futuro en el estrado. Miraba con detención las proyecciones  que apoyaban la información entregada por quien aún hablaba. Ponía sus dedos en la boca y luego las volvía a poner en su posición original, hasta que la expositora con la frase acusadora “y ahora los dejo con…” anunciaba el cambio y el comienzo de un último tema por entregar.
La información era larga, en su mayoría aquel mantuvo la cabeza gacha buscando las hojas en el estrado, parecía demostrar el poco manejo de la información. Una pequeña frase cómica para romper el hielo, cuando las palabras se van y una risa general de los oyentes, relaja un poco el ambiente que se había generado.
Explicadas un par de imágenes, se finaliza con un algoritmo. Un tono burlesco sale de este expositor, quien parecía creer cómica toda la situación, generaba unas risitas consumidas con aire que salía por la nariz de quienes captaban lo que pasaba.
Termina aquel expositor y se levanta la encargada de la organización de todo el trabajo expuesto, genera un par de preguntas que deben ser contestadas por aquel público comprobando si habían prestado la atención requerida.
Sorprendentemente, cada una fue contestada correctamente…
Y al final, el clásico aplauso, el ruido de quienes se levantan de sus asientos para felicitar a algún expositor o conversar con alguno de los asistentes, la puerta se abre para salir, unos se quedan esperando a conversar y otros corren  a la salida, para volver a la realidad.

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