jueves, 10 de marzo de 2011

Rezos

Me he dado cuenta que no se rezar. Mientras hacíamos aquel circulo de compañeros, donde recién me integraba, un mundo errático, amable, pero desconocido para los que somos agnósticos. Pero, los que somos inteligentes, aceptamos y tratamos de entender de buena manera. Sin embargo, la incomodidad no es algo que de nuestros rostros sea fácil de quitar.

Me di cuenta que pedir a un ser, que es tan difícil de creer, que es tan complejo de seguir siendo que nada de el has podido siquiera sentir, se hace bastante cargante, incluso molesto. Observar, escuchar a aquellos jóvenes que afanados en sus silencios bucales, pero gritos mentales, me hacían la vida menos fácil en aquel grupo. El presentarme frente a ellos, como una persona buscando un “Algo” y que ese algo me ayudara a cambiar el modo de vivir, el modo de existir, el modo de pensar; era sin duda la situación más cómica y aterrante que me ha tocado vivir. No sabía que decir, pero las palabras como si nada salieron de mi boca; las veces que me acerqué a las variadas iglesias, para aprender un poco de ellas, de decepcionarte de los representantes legales de cada institución religiosa (curas, pastores, diáconos, John Smith, Javé etc, etc) y con ello volverte una oveja descarriada del rebaño del Dios comercial que venden los “santuarios”.

Es interesante abrir los ojos y repasar los rostros de aquellos sumidos en esa palabra de Dios. Murmurando agradecimientos, bienaventuranzas,  salmos, rezos y demases.  Reconozco que nunca entré a ese famoso trance del que todos los demás eran participes, las canciones que me eran un noventa porciento desconocidas, excepto las mas populares y que en todas las misas a las que he asistido es un clásico del coro que cantaría en ese momento.

Las velas, un crucifijo y las variadas formas de biblias, se hacían presentes en el lugar. Pero, llamó mi atención que un mismo versículo, variara en las biblias presentes. Recuerdo que era Ester, mas no el capitulo ni el versículo.
La lectura de aquella historia, líneas que luego debían ser interpretadas por los asistentes en ese minuto. He de decir que cuando estoy presionada a leer algo, no soy capaz de interiorizar las letras que pasan por mis ojos y solo rebotan en mi cerebro, el que no es capaz de retenerlas, mucho menos entenderlas. Así que me remitía a decir que no entendía, aunque la idea pudiese tenerla, pero me ahorraba el dar vastas explicaciones (de hecho me gusta dar explicaciones extensas) con respecto a la lectura.

El silencio sepulcral del minuto de oración; yo mirando el suelo, el techo donde se encontraba un foco que a la luz de las velas producía pequeños resplandores de variados colores, o las llamas de las velas, una que a veces parecía apagarse y la otra, que bailaba al son de una pequeña brisa que se batía en el ambiente donde nos encontrábamos.
De pronto, las palabras de uno de los jóvenes que se encontraba en el intento de círculo, subía el tono de sus plegarias y pedía y rogaba por variadas situaciones, por aquellos nuevos que se integraban al grupo (otra chica y yo), por hacer del día que viniese, uno muy bueno. Estaba interesada de sobremanera en el tono de sus palabras, que a veces parecían gritarle a la cara a alguien, en otras se volvían dulces y podrían hacer llorar a cualquiera quien interfiriera en su minuto de recogimiento. Otras chicas, de la nada se ponían a cantar, o liberar al grupo un par de frases que según Dios les pedía que dijesen.

Escuchaba, las pequeñas frases que se ahogaban en conversaciones entre ellos y Dios, muchas veces por lo mismo era fácil confundir aquel ruido con el de un suspiro melancólico listo para ser disparado como un mar de llantos. Pero nadie lloró. 
Podría decir, que jamás pude llegar  un rezo real, a uno en donde el corazón se liberase de aquellas malas situaciones, ni siquiera de alimentarse de ese “espíritu divino” del que tanto hablaban y pedían los jóvenes en ese minuto.  Solo me dediqué a escucharlos, a tratar de entender lo que decían la conglomeración de palabras que de la nada se hacían audibles, pero todas a la vez, las que me impedían entender con claridad, como era que rezaba cada uno de ellos.

A minutos, entendía ciertas cosas que llamaron mi atención, a lo que decía Amén, de manera mecánica y casi inconsciente. La verdad no se me ocurría nada en ese minuto para decir, mucho menos para pedir y decir amén prácticamente era una muletilla barata y fácil, para quienes realmente estaban entregados a una divinidad y quienes simplemente estaban adoloridos en una incomoda silla, esperando a que la hora de recogimiento terminara lo más pronto posible (pero a los verdaderamente entregados, no parecía ser una molestia).
Nos tomamos las manos y en un círculo de oración cada uno comenzó nuevamente un rezo de balbuceos.  Canciones que salían disparadas de la nada de sus bocas y frases que ya olvidé con el paso del tiempo. Sin embargo, hay algo que aún no he olvidado, y creo que solo una cosa entendí del rezo:

Cuanta pasión hay en la fe ciega de aquellos que han encontrado en aquel ser, Dios, la maravilla de la paz. 
Cuan profunda es la entrega, que admirable es su certeza de que él nunca les va a fallar. Con cuanto pueden aferrarse aquellos que aman de corazón y encuentran en el rezo, la sabiduría para enfrentar sus días. Y hacer el bien, aunque a veces el bien no siempre se les otorgue de manera recíproca.

El rezo, se hace con el alma….

Me gustaría rezar como ellos, pero por alguna razón sé que hay varias cosas que primero tengo que aprender y que estoy bastante lejos de encontrar en aquel rezo, lo que mi alma necesita, porque aún no lo siento así y aquella vez, no lo sentí…como ellos…

Algún día lo sentiré :)

1 comentario:

Anónimo dijo...

A Dios no se le reza, se conversa con El.